
Estaba un monje budista sentado a los pies de un enorme árbol, era una tarde cálida y apenas una atrevida brisa hacia danzar las hojas de los árboles haciendo hablar al viento a través de ellas en un susurro. El monje portaba un viejo cuaderno y le habló a las hermosas figuras que serenamente dibujaba en aquel momento de paz.
Tu podrías ser una gran herramienta para mis aprendices, tus formas, círculos y figuras, representarán la unidad, el macrocosmos y microcosmos, de la periferia al centro, con armonía, serenidad y paz.
Estaba del monje absorto confeccionando aquel hermoso dibujo, simbolizando en cada trazo todo un universo de sabiduría, cuando próximo a terminar, se detuvo. Alzó el dibujo para contemplarlo desde la distancia…
Tu nombre será mandala, por tus formas circulares.
Agradecido – respondió Mándala
El monje sonrió y justo cuando se disponía a terminar el centro del dibujo un golpe de viento hizo volar el cuaderno que fue a parar sobre la hierba fresca. El monje se apresuró a recoger su cuaderno de la tierra, tan sólo hicieron falta unos segundos….
Mándala pregunto:
“Maestro, ¿Qué criatura es ésa?
El monje volvió su vista atrás hasta encontrar una tímida margarita en el lugar donde había recogido su cuaderno.
Es una margarita. – respondió el monje
Mándala guardó silencio y el monje le hizo el mayor de los regalos…
Tan pura, sencilla e inocente, no creo que nada pueda representar mejor tu centro, eres sabio Mándala – dijo el monje.
Me honras Maestro – respondió Mándala
Y así fue como la margarita quedó representada en el centro del Mándala. Y así fue como Mándala se enamoró de la Margarita.
Nos Amo. Gracias